martes, 22 de julio de 2014

El gusto por los errores

Me hablaba el otro día mi amigo y socio @gotoalberto de una frase lapidaria en las redes sociales. Una frase que decía algo así como:

  "Cuando un empleado hace un buen trabajo, le pagas el salario con gusto. Cuando lo hace mal, le despides con más gusto todavía"

Frase troll de libro. Es posible que su autor tan solo buscase eso, la provocación. Una larga lista de respuestas de internautas echando espuma por la boca y algún que otro insulto y/o mención a su progenitora. Aunque también es posible que no, que estuviese hablando en serio. Quizás se trata de un empresaurio —también de libro— diciendo simplemente lo que piensa. Centrémonos en esta segunda hipótesis y hagamos un ejercicio inusual en este tipo de situaciones: analizar por qué el autor de esta polémica frase está por completo equivocado. 

No es cierto. No es cierto que puedas sentir placer o gusto despidiendo a alguien. Y no me refiero al factor emocional, al hecho de que te enfrentes a la incómoda situación de privar a tu futuro ex-empleado de su salario, poniendo en peligro su sustento y el de su familia. La mayor parte de las personas —incluso algunos humanos— sentirían un pequeño nudo en la garganta si se viesen en ese papel, empatizando con el individuo y con su situación. Una tarea desagradable, sin duda, ante la cual solo un psicópata de tres pares de cojones podría sentir placer. Pero como decía, no me refiería a este factor emocional, no. El autor no está equivocado por eso. Esta equivocado porque, despedir a alguien, significa que te has equivocado. Y, no sé ustedes, pero yo no siento placer cuando me equivoco.

Sí, equivocado. Directa o indirectamente, pero equivocado al fin y al cabo. Si tienes a una persona no válida en tu empresa, es porque la has cagado. Esa persona no debería estar ahí, y si lo está es culpa tuya. Quizás engañó a tu departamento de RRHH, o a tí mismo. Pudo mentir en las entrevistas, inflar su currículum, u ocultar su aficción por tocarse las pelotas en horas de trabajo. O quizás no, y símplemente demostró estar alineado con una cultura de empresa que tú mismo has creado y que favorece prácticas y comportamientos que van en contra de tu negocio. Sea de una forma u otra, la has cagado. Esa persona no debería estar ahí, y ya sea por acción o por omisión, tú eres el último responsable. Ese despido es el resultado de tu error. Podrás enmendarlo poniendo al sujeto de patitas en la calle. Pero el daño que haya hecho al negocio, hecho está. Y desde luego eso no es motivo para alegrarse, sentir placer o realizar la tarea con gusto. 

Lo peor de todo esto, es que nuestro amigo empleador es posible que jamás haya pensado en ello. Podemos imaginarle en su despacho, enviando un correo electrónico al departamento de RRHH ordenando el despido, tras lo cual se recostará en su silla y disfrutará del momento. Ajeno a lo que realmente está ocurriendo. A que su empresa, en el mejor de los casos, no va todo lo bien que debería. Ajeno a que haya podido cometer un error. 

viernes, 18 de julio de 2014

No estamos locos

A finales del pasado mes de mayo, abandoné mi empleo en uno de los mejores sitios que hay para trabajar en España, si es que tienes el privilegio de ser desarrollador de software. Desde entonces, me dedico a tiempo completo a trabajar en mi propia startup (bueno, mía y de mis tres socios). Nos pasamos el día encerrados en un despacho de 6x3 metros a las afueras de Madrid, con el aire acondicionado a toda hostia y programando como cabrones. Cobramos menos de la mitad de lo que ganábamos en nuestros anteriores trabajos. Echamos muchas más horas, y sabemos que nuestro futuro dista de estar asegurado. Pero no obstante, ninguno de nosotros se arrepiente de haber tomado esta decisión.

Cuando le cuentas esto a la gente, la reacción suele ser siempre la misma. Vaya huevos le echas, dicen unos. Pero, ¿eso no es muy arriesgado?, te sueltan otros. En general todos te miran como si te hubieras vuelto loco. La mayor parte de las personas que conozco no descartan emprender. No lo descartan, porque para hacerlo hace falta que en algún momento se te haya pasado por la cabeza. Parece que exista un plan vital, un camino de rectitud en el cual las personas tenemos que ganarnos la vida trabajando por cuenta ajena. Hacer lo contrario significa salirse del camino. Y ya se sabe de los que se salen del camino: al final siempre terminan por perderse.

Y sí. Es posible que acabemos perdidos. Al fin y al cabo, la mayor parte de las startups no alcanzan sus objetivos. La mayoría de ellas mueren sin haber obtenido rentabilidad alguna. Y es probable que a nosotros nos suceda lo mismo. Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Nos hemos vuelto locos realmente?

Cada cual tendrá sus motivos. La gente suele intuir que lo que realmente haces es aferrarte a la remota posibilidad de hacerte de oro. Forrarte de pasta pegando el gran pelotazo. Pero, aunque por supuesto algo así estaría muy bien, esa no es ni de lejos mi principal ambición. En mi caso, yo siempre he creído que hay otra forma de hacer las cosas. Otra forma de profesionalismo, uno más honesto, más íntegro. Que se puede trabajar sin estar pendiente de lo que hace el de al lado, sin estar constantemente buscando a quién despellejar vivo para prosperar y seguir ascendiendo en la escalera del éxito corporativo. Creo que puede existir una empresa donde la gente cree en lo que hace. Donde lo vive. Donde lo disfruta. Donde las personas desarrollan sus sueños. Un lugar donde la gente trabaja para algo más que para pagar la hipoteca y las facturas.

Durante los últimos tres o cuatro años, he estado esperando y contribuyendo a que mi anterior compañía adoptase esta forma de profesionalismo. Y no sólo porque creo que esa es la forma de hacer las cosas, sino también por la convicción de que era la única manera posible de convertir una telco gigante en uno de los principales actores en Internet. En estos años, esta forma de entender las cosas ha hecho que me llevase más hostias de las que querría recordar. Hasta que al final perdí el aliento. Hasta que al final ya no quise continuar.

Tras estos años, tras todo lo que he visto, tengo las cosas más claras que nunca. Desde luego, si ese es el camino que los demás esperan que recorra, no dudaré en salirme del mismo en cuanto tenga la menor oportunidad. Sea lo que sea lo que nos depare el futuro, tengo la suerte de saber dónde no quiero estar. Quiero ser responsable de mis propios aciertos, tanto como lo seré de mis propios errores. No quiero que mi esfuerzo se eche a perder por culpa de personas que carecen de ambición, o que la única que tienen es el poder. Quiero desarrollar mi carrera en un ambiente sano, libre y justo. Y si para eso tengo que echarle huevos, trabajar más, ganar la mitad, y arriesgar mi estabilidad y mis ahorros, lo haré.